UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




jueves, 31 de diciembre de 2009

Cafetería Segrelles

Plaza del Pintor José Segrelles


Por Steve:


Tenemos la bonita costumbre de confraternizar con los empleados de los bares a los que vamos, sobretodo (no lo vamos a negar) si dichos empleados son féminas. Arrancarles una sonrisa, hacerles pensar: 'qué tíos más majos', y si es posible arrastralas al otro bando, al lado del cliente, a envolverlas en esa atmósfera de buen rollo que desprenden unas cervezas en buena compañía. Pero, lejos de lo que puedan pensar, no lo hacemos con afán mujeriego, no buscamos ligarnos a nadie, es algo que nos sale casi sin querer. Supongo que inconscientemente necesitamos demostrarnos a nosotros mismos que somos cojonudos. Tenemos un ego muy grande que alimentar y este sólo se nutre de halagos y sinceras carcajadas.


Una tarde de Viernes, en la que buscaba junto a Roman un bar perdido en la zona de Jesús (bar que terminamos hallando, ya hablaré sobre él) nos encontramos de pronto en la Cafetería Segrelles. Nada más entrar está la barra, y después una sala con mesas y sillas de sobra para sentarse, pero vacías todas. A la gente le cuesta pasar más allá de la barra y parte de la culpa la tiene la camarera argentina que hay detrás, una chica muy maja a la par que bonica, extrovertida y de risa fácil, es el tipo de persona que dan ganas de meter en nuestra atmósfera cervecil. Pero por lo visto eso es algo que no solo pensamos nosotros, es difícil mostrar cuan cojonudos somos cuando hay toda una bandada de buitres intentando ligarse a "nuestra chica". Nos puso 2 tercios (1'20 cada uno, creo) y unos cacos tostaos todavía calentitos, al tiempo que atendía a las gracias ocasionales que le proferían todos aquellos clones babosos. Decidimos no entrar en aquella pelea entre fieras en celo y nos centramos en nuestros cacahuetes y nuestras cervezas.


Recuerdo que fue aquí donde compré mi primer cupón premiado, era devolución, no me dieron más que 3 miserables euros pero es que hasta entonces no me había llevado ni el bingo familiar de noche buena. Entró el vendedor de la ONCE que parecía tonto pero no, que nos logró encasquetar un cupón a cada uno, a pesar de que Roman estaba en contra del juego desde que demostró aplastantemente que la numerología es una patraña enorme (Resumiendo: soñaba con el 6-13, apareció una vendedora de cupones con un número terminado en 613 y que se sorteaba el día 13 del mes 6, lo compró y se comió los mocos).


Volví a este bar con Tim meses después y aunque la primera vez apenas contactamos con "nuestra chica", ésta dio muestras de recordarnos, incluso nos invitó a una cerveza después de que Tim le regalara un mechero muy chulo. Supongo que no debería patrocinar este lugar para evitar que se siga llenando de tíos libidinosos pero qué clase de birracentrista sería entonces... de todas formas, aunque vamos creciendo poco a poco, esto lo sigue leyendo un número reducido de personas.

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