UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




domingo, 16 de octubre de 2011

Bar La Garrofa

Camping La Garrofa

Por Steve:

Al salir de Murcia nos esperaban un par de horas de viaje a través de un paisaje que ni hecho a propósito con polvorones podría ser más seco. Ya sabéis, Almería es el lugar en el que Clint Eastwood y Lee Van Cleef tenían sus diferencias. Recuerdo leer por el camino un letrero de 'coto privado de caza', lo cual me hizo gracia y es que los únicos animales que imaginaba correteando por ahí son el coyote y el correcaminos.
Andábamos preocupados por la posibilidad de no encontrar hueco en el camping La Garrofa pero resultó que el día que llegábamos nosotros, se iban todos en bandada, como si nos vieran venir.



De la ciudad de Almería poco puedo contar. Tienen a una señora por allí danzando que dedica sus mañanas a ayudar, acechar y acosar a los turistas, en ese orden. También hay lo que parece ser un puente de hierro que no lleva a ningún sitio, que termina nada más pisar el mar, como si se hubieran puesto a construirlo ciega e impulsivamente y a mitad camino se hubieran preguntado, "pero ¿a dónde mierda pensamos llegar por aquí?". Aunque ahora que indago en la wikipedia resulta que es un cargadero de mineral que lleva un siglo ahí plantado.
Y nada más vi de Almería City. Lo cierto es que sólo pasamos allí una mañana para comprar chanclas y comida, el resto de tiempo estuvimos en el camping.

Ay! con todo lo que podíamos ver por Almería y nos dejamos engatusar por los encantos del camping. Aunque debo decir que no era para menos. El camping tiene su propia playa privada, una pequeña cala sin arena, todo piedrecitas. De forma que no tenías que pasarte 10 minutos dándole una paliza a toalla cada vez que volvías de darte un baño. El agua era de esas cristalinas y el fondo caía en picado en cuanto entrabas. Era genial coger prestadas las gafas de buceo a un niño, adentrarse en el agua a pocos pasos de la orilla y quedarte flotando boca bajo, viendo las rocas y algas que ondeaban al fondo, 5 metros debajo tuya. Te hace preguntarte qué cojones hemos hecho aquí en la ciudad de Valencia para que al entrar en la playa no seas capaz de verte las rodillas.

Y, por supuesto, más allá de ese trocito de Mediterraneo que teníamos para nosotros, el camping contaba con un bar. Un bar sencillo, en el que podíamos compartir plácidamente, a la sombra de la terraza, una litrona de cerveza para hacer compañía al bocata de fiambre. Al menos así era cuando en el local no se hallaba trabajando nuestro némesis. La camarera más joven de las que podías encontrar sirviéndote tenía el don de poder patearte el culo con tal radiante sonrisa en la cara que no podías guardarle rencor alguno. Dos veces nos lo hizo en los 2 días que pasamos en el camping: la primera por osar acompañar la caña con un bocata traído de casa (o tienda de campaña), y la segunda por pedir un litro de cerveza y pretender bebérnoslo allí mismo, cuando sólo vendían litros para llevar y si te sentabas únicamente podías beber cerveza de barril (más cara, claro está). Aún con nuestro némesis sonriente dispuesto a seguir pateándonos el culo por... qué se yo, sentarse sin camiseta, me hubiese quedado un par de días más allí. Pero nos quedaba mucha Andalucía que ver para poco dinero.

Próxima parada desde la provincia de Málaga. A ver qué os cuento de aquello.

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