C/Rubén Darío
Por Steve:Me planteaba una tarde si salir a correr, a nadar o tirar una moneda al aire para elegir entre las dos opciones anteriores. Me decanté por la tercera pero no tenía suelto, de modo que me tumbé en el sofá a roncar marmotilmente. Antes de que llegara a conciliar el sueño recibí la llamada de Stanley desde casa de Tim: “Yeh, pija, nos vamos a Valencia a colgar cuadros. Vienes?” Y acepté antes de preguntarme siquiera en qué cojones consistía eso de colgar cuadros por Valencia. Una hora más tarde nos encontrábamos en un bar, ideando nuestras fechorías. Dicho bar se encontraba justo en frente de la mezquita de Valencia. Sí, yo tampoco sabía que teníamos una mezquita en Valencia.
Al amparo de aquella fresca
cerveza vespertina, mientras el resto discutían sobre el mejor lugar en el que
colgar cuadros, yo escribía mentalmente esta misma entrada, planteando un tema
de debate sobre la mezquita. Es ético construir una mezquita a costa de los
contribuyentes teniendo en cuenta que aunque el país se declara laico, gran parte
de los ciudadanos se proclaman católicos? O por el contrario es una muestra de
consideración por un grupo minoritario que, después de todo, también paga sus
impuestos? No resulta ofensivo para aquellos cristianos devotos que ven en las
noticias los agravios que sufre su culto en algunos países islámicos? O es
mejor verlo como una exhibición de respeto y civismo hacia el pueblo que
tantísimo ha contribuido a la cultura ibérica?
Diseñaba en mi cabeza una amplia
disertación sobre este tema cuando de pronto cayó en la mesa un plato con media
tortilla y 3 tenedores. Y entonces pensé, “qué cojones! Esta entrada ya se
escribe sola, no necesito inventarme controversias.” Al levantar la vista del
plato me di cuenta del por qué de aquel regalo. En la puerta del local un
cartel rezaba ‘tercio y tapa 1’50’. Todo pasó a ser tan bonito entonces que
hasta empecé a escuchar música en mi cabeza. O eso pensaba hasta que miré a Tim
y vi que estaba tocando la guitarra, para gozo de los presentes y pesar de los
vecinos, que no sería la primera vez que nos caen huevos desde algún balcón.
Desde otra mesa llegaron 2 muchachas de 40 años atraídas por los cantos de
sirena guitarriles. Una de ellas le pidió a Tim la guitarra para tocar una
canción de tuna y la otra aceptó ilusionada uno de los cuadros que regalaba
Stanley.
Disfrutábamos de un buen
ambiente pero debíamos partir. Más allá de mezquitas, tortillas y canciones de
tuna, nos esperaba la misión de cubrir un pasaje con las obras de arte de Tim y
Stanley, para que cualquiera que pasara se las llevara a su casa. Pero no os
diré el lugar, si queréis un cuadro de Stanley, tendréis que rastrear cada rincón
de la ciudad. Hacedme caso, merecen la pena.
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