UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




viernes, 19 de octubre de 2012

Sauri 2

C/Rubén Darío
Por Steve:

Me planteaba una tarde si salir a correr, a nadar o tirar una moneda al aire para elegir entre las dos opciones anteriores. Me decanté por la tercera pero no tenía suelto, de modo que me tumbé en el sofá a roncar marmotilmente. Antes de que llegara a conciliar el sueño recibí la llamada de Stanley desde casa de Tim: “Yeh, pija, nos vamos a Valencia a colgar cuadros. Vienes?” Y acepté antes de preguntarme siquiera en qué cojones consistía eso de colgar cuadros por Valencia. Una hora más tarde nos encontrábamos en un bar, ideando nuestras fechorías. Dicho bar se encontraba justo en frente de la mezquita de Valencia. Sí, yo tampoco sabía que teníamos una mezquita en Valencia.


Al amparo de aquella fresca cerveza vespertina, mientras el resto discutían sobre el mejor lugar en el que colgar cuadros, yo escribía mentalmente esta misma entrada, planteando un tema de debate sobre la mezquita. Es ético construir una mezquita a costa de los contribuyentes teniendo en cuenta que aunque el país se declara laico, gran parte de los ciudadanos se proclaman católicos? O por el contrario es una muestra de consideración por un grupo minoritario que, después de todo, también paga sus impuestos? No resulta ofensivo para aquellos cristianos devotos que ven en las noticias los agravios que sufre su culto en algunos países islámicos? O es mejor verlo como una exhibición de respeto y civismo hacia el pueblo que tantísimo ha contribuido a la cultura ibérica?
Diseñaba en mi cabeza una amplia disertación sobre este tema cuando de pronto cayó en la mesa un plato con media tortilla y 3 tenedores. Y entonces pensé, “qué cojones! Esta entrada ya se escribe sola, no necesito inventarme controversias.” Al levantar la vista del plato me di cuenta del por qué de aquel regalo. En la puerta del local un cartel rezaba ‘tercio y tapa 1’50’. Todo pasó a ser tan bonito entonces que hasta empecé a escuchar música en mi cabeza. O eso pensaba hasta que miré a Tim y vi que estaba tocando la guitarra, para gozo de los presentes y pesar de los vecinos, que no sería la primera vez que nos caen huevos desde algún balcón. Desde otra mesa llegaron 2 muchachas de 40 años atraídas por los cantos de sirena guitarriles. Una de ellas le pidió a Tim la guitarra para tocar una canción de tuna y la otra aceptó ilusionada uno de los cuadros que regalaba Stanley.

Disfrutábamos de un buen ambiente pero debíamos partir. Más allá de mezquitas, tortillas y canciones de tuna, nos esperaba la misión de cubrir un pasaje con las obras de arte de Tim y Stanley, para que cualquiera que pasara se las llevara a su casa. Pero no os diré el lugar, si queréis un cuadro de Stanley, tendréis que rastrear cada rincón de la ciudad. Hacedme caso, merecen la pena.

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