UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




domingo, 24 de octubre de 2010

Chiringuito en Praia de Cabedela

Playa de Cabedela
Por Steve:

Como ya contaba en la entrada anterior, este verano viajé con mi prima Louise a Portugal, concretamante a Viana do Castelo. Una humilde y tradicional ciudad costera al norte del país. Llegamos hasta allí atravesando incendios y pueblos que buscaban matarnos de hambre (todo ello en Galicia). Y con tanta traba puesta en el camino, alcanzamos nuestro destino a tiempo para cenar, ver un poco el ambiente que se cocía por las calles portuguesas y acostarnos. La acción tendría que esperar a la mañana siguiente.


Escogí aquel pueblo porque era el único con un albergue barato y en la costa. Era primordial tener una playa cerca. Y no importaba si para ello, debíamos dormir cada uno en una habitación distinta con 3 deconocidos y sin taquillas ni nada, con nuestras riquezas (le tengo mucho apego a unos gallumbos rojos) al alcance de cualquiera. El caso es que aunque el albergue estaba pegado a la costa, lo más cercano a una playa propiamente dicha, estaba a 3 kilómetros. Esos 3 kilómetros los recorrimos sin demora a la mañana siguiente, para terminar a orillas del Atlántico, en un encapotado día de viento. El agua estaba tranquila aunque exageradamente helada, de modo que no nos bañamos más allá de las rodillas.


Bueno, ya habíamos llegado a Portugal, habíamos dormido con desconocidos y nos habíamos pasado media mañana andando. Todo para pisar la costa atlántica y mojarnos un poco. ¿y ahora qué? La respuesta, justo a nuestra espalda, en un chiringuito con sillas de colores. Nos sentamos allí a tomar algo y, miren lo maravillosa que es la vida, que fue estrenar mi lata de cerveza Super Bock y de pronto el cielo se abrió, como se abre una guiri borracha en Benidorm. Con el agua tan tranquila y las pintorescas nubes que aun quedaban, aquello me recordó a la última escena de 'El Show de Truman', parecía que podías llegar hasta el mismo horizonte caminando y escribir tu nombre con un rotulador en la nube más blanca que encontrases. La no-birracentrista de mi prima se bebió en aquella terraza un par de birras portuguesas, quizá porque apetecía por lo bonito que se había quedado el día, pero yo prefiero creer humildemente que tengo tal poder de convicción que mi sola presencia incita a otra gente a beber cerveza.

3 días pasamos en aquellas tierras y las conclusiones que saco son las siguientes: En primer lugar, allí todo era baratísimo, basta decir que al volver de la playa comimos los dos por 11€; en segundo lugar, nadie en todo el país sabe hablar castellano, pero no importa porque te entienden igual y tú también a ellos; y por último y por lo tanto más importante, las portuguesas NO TIENEN BIGOTE. Vamos, que si me llevara a mi madre allí para hacer tortilla, no echaría de menos España en absoluto.

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