UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




jueves, 3 de octubre de 2013

Bar Gure Etxea

Secundino Esnaola

Me levantaba una mañana con energías renovadas y ganas de comerme el mundo. Me miraba con buenos ojos en el espejo del ascensor mientras éste decía algo así como 'jaisten-bajando'. Me dirigí a la entrada para decirle a la recepcionista: "Bon dia, xiqueta. Hoy quisiera irme de pinchos." Y la chica me explicaba que las mejores zonas eran la parte vieja y Gros, me marcaba en un mapa las calles más señaladas y me imprimía una lista que ella misma había elavorado sobre sus tabernas favoritas. Pero me advertía de que eran las 10 y la hora buena para ir de pinchos era a partir de las 11. Le dije que daba igual, si iba a ir tranquilamente andando.
Volvía a hacer un día feo. La otra recepcionista ya me había avisado de que Donosti era así, que comenzaba a llover y ya no paraba, que empezó un día en octubre del 53 y todavía estaban esperando (esto último no lo dijo pero me hubiera hecho gracia que lo hiciera). Emprendí el camino sorteando las babosas para no tropezar con ellas (no, no las pisas, tropiezas con ellas). Chispeaba a duras penas pero ya tenía un chubasquero en la mochila por si acaso. La cosa era fácil, sólo tenía que tirar siempre cuesta abajo y en algún momento me encontraría con el río o la playa. A partir de ahí ya estaba hecho.
Un par de horas más tarde me daba cuenta de que si no coincidían los nombres de las calles con las del mapa era porque me encontraba en otra localidad. Había salido de Donosti. Pasaia es muy bonita también, por cierto.
Cuando llegué a Gros no eran ni mucho menos las 11 pero sí me tomaría un par de pinchos antes de caer rendido de agotamiento en el paseo de la playa de Zurriola. Me tumbé a la sombra del único edificio feo de la ciudad.

El lugar que elegí para aposentar mis nalgas y rehidratarme después de tan agradable travesía fue el Bar Gure Etxea. Los prometidos pinchos los tenían en la barra a 1€. Les dije a las alegres mozas que se encontraban de servicio que quería uno y me contestaron que cogiera los que quisiera y que al pagar ya les diría cuántos me he comido. Y pensé que algo así no podía pasar en Valencia, que si tienes que fiarte de la palabra del cliente casual, el negocio dura 2 semanas.
Me comí dos de aquellos pinchos, dos de los pocos que no tenían pimiento. Soy así de gilipollas a la hora de comer. Dos pinchos y tres cañas, porque el vasco auténtico se bebe las cervezas de 3 en 3 y no de una en una como cualquier nenaza, y eso se premia con ofertas económicas en lugares como el que tratamos. Por más que me gustó el sitio poco más puedo contar sobre él. No salí de allí sin antes pedir consejo a una de las camareras sobre la quiniela que llevaba entre manos.

- Qué le pondrías al Granada contra el Espanyol?

- Granada, me gustan más los andaluces.

- Estás segura?

- Sí, sí, Granada. Gana seguro.

- Perfecto, pues. Si me toca vuelvo, eh?

- Y si no también, la hostia.

Salí de allí pensado que efectivamente, volvería aunque no me toque nada.
Visitaría más tabernas con pinchos a lo largo de la tarde pero ninguna me gustaría más que esta. De los lugares de la lista que me dio la chica del albergue encontraría bien pocos. La mejillonera es uno de los que lamento no haber encontrado sólo por la descripción que ponía en la lista. Decía: precios asequibles y raciones generosas...no apto para sibaritas. Lo no apto para sibaritas suele ser idóneo para mí, pero no tendría más ocasiones de encontrarlo porque ese iba a ser mi último día en Donosti. Próxima parada, Asturias. A ver que se cuece por allí.

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