UN SEGUIMIENTO DE LOS BARES A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD VALENCIANA Y EL RESTO MUNDO




lunes, 23 de septiembre de 2013

Kantoia

Karmengo Andre Maria Kalea / Calle Virgen del Carmen

Por Steve:

Llegaba septiembre, se acababa el verano y me tocaba pensar en todos esos buenos momentos que se iban acumulando a lo largo del estío. Y entonces me daba cuenta de que no había hecho absolutamente nada, que no había ido más allá de Almàssera, que no recordaba el tacto de la arena de playa y que no tenía ninguna foto de mis pies desnudos en facebook. De modo que decidí emprender un viaje a la aventura, sin nada más que una reserva de habitación para dormir 2 noches en Donosti, una lista de campings y albergues baratos y un valiente opel corsa dispuesto a ser exprimido en la carretera. Inicié el viaje compartiendo coche y gastos con una desconocida muy maja que aún me guarda rencor por pensar que el viaje entre Valencia y Donosti incluye un paseo por Logroño. Pero lo importante aquí no es quién desaconseja como conductor a quién en blablacar, lo importante es que llegué a San Sebastián a tiempo para poder acompañar el bocata de jamón y queso con una cerveza. Aparqué el coche vete a saber dónde y me despegué del asiento para integrarme entre esa gente que habla como el tío de bricomanía. Entré en el primer bar que encontré y pedí una cerveza.

- Una caña? - Me preguntó el tabernero.

- Si puede ser algo más grande mejor - respondí.

Y se mostró desconcertado, como pensando: 'este tío es más vasco que nosotros'. Y es que aunque en Valencia llamamos cañas a las cervezas de juguete, allí las cañas son las pintas de toda la vida. Le pregunté si podía comerme allí mi bocata de casa y me respondió algo así como 'pues claro, la hostia! Si no tengo cocina'.

Me tomé dos más, sin otro entretenimiento que escuchar las conversaciones entre cliente y tabernero. Conversaciones que al principio se basaban en los típicos problemas que tiene todo ser humilde con esto de la crisis, pero que poco a poco se fueron inclinando hacia temas de verdadera importancia, como el modo más económico de llegar a Manchester para ver el partido de champions de la Real Sociedad o lo sucedido en las regatas de la Bandera de la Concha. Sobre las regatas por lo visto se había producido algo de polémica y andaban los donostiarras un poco moscas. Me quedé con una frase del camarero que tumbaba por si sola cualquier argumento en contra, terminaba de un plumazo con toda discrepancia. Decía algo así como 'esto es Donosti y estos son nuestros cojones, joder'. Y ahí ya decidí que esa gente molaría para siempre. Así sin haberme cruzado más que con 2 lugareños, tomé la determinación de que cualquier donostiarra gozaría de forma incondicional de mi discriminación positiva eternamente.

Me resistía salir de allí y no solo por lo cómodo que me sentía, además estaba el tema de que no me esperaban en el albergue que había reservado hasta 14 horas después. Vamos, que me tocaba dormir en el coche. Acabé cediendo al cansacio y volví a mi querido corsa para pasar una noche no demasiado mala bajo la lluvia. La aventura seguiría a la mañana siguiente.

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